viernes, 5 de junio de 2015

COOPERACIÓN SANITARIA EN EL PARAÍSO OLVIDADO

Cuando me plantearon la idea de escribir una revisión sobre mi experiencia en Pemba pensé que era imposible transmitir todo lo vivido en unas pocas palabras. La mayoría de los momentos vividos han sido tan intensos y emocionales que los conservas en el fondo de tu corazón y de ahí no pueden salir jamás. Uno cree que cuando va a hacer cooperación sanitaria internacional, con nuestro trabajo, material y recursos dará una ayuda inmensa a aquellos que más lo necesitan. Y aunque eso es cierto, en las tres ocasiones que he viajado como cooperante considero que he recibido mucho más de lo que he dado. Por esto, me resulta complicado expresar con fidelidad mi experiencia en Pemba. Creo que sería mejor que cada uno de vosotros realizárais un viaje como cooperante, al menos una vez en la vida. De esta manera, seriáis capaces de entender con mayor facilidad lo que aquí escribo.

Pemba es una isla al norte de Zanzíbar que depende a todos niveles de ésta última, que a su vez depende de Tanzania, lo que la convierte en la hermana pobre, en el fin del mundo, donde sólo acude aquello que sobra y que no importa. Pensé pues en contaros la historia de Asha, a modo de resumen de todo lo vivido (más que insuficiente, he de decir). Asha tiene 23 años y la úlcera de Buruli que presenta en el cuello y tórax la tenía postrada en la cama del hospital. Y digo tenía porque cuando
nosotros llegamos era incapaz de moverse, asearse ni comer. El dolor la mantenía incapacitada. Ni siquiera llevaba antibiótico o analgesia pautada. Y por supuesto, ni siquiera tenía un diagnóstico. Simplemente era una paciente, con una herida crónica y desatendida en el tórax a la que nadie prestaba atención.

La primera vez que vimos su lesión nos quedamos asombrados, jamás habíamos visto algo parecido. En su “libro” (historia clínica) constaba como posible caso de celulitis, del cuál dudamos inmediatamente, y aún así, desconocíamos qué era aquello que teníamos ante nuestros ojos. Gracias a las nuevas tecnologías pudimos enviar la imagen a compañeros internistas y dermatólogos y entre todos llegamos al diagnóstico de Úlcera de Buruli. Inmediatamente nos empapamos de todos los conocimientos existentes acerca de esa patología.

Al día siguiente iniciamos el tratamiento antibiótico de amplio espectro y una pauta de analgesia multimodal Esa misma tarde, Asha ya comió algo sólido y poco a poco empezó a andar y a poder realizar una vida más o menos normal. Y mientras ella recuperaba su “normalidad”, nosotros iniciamos nuestra lucha para poder conseguir un diagnóstico de certeza mediante métodos microbiológicos y, más importante todavía, ofrecerle un tratamiento curativo.

El tratamiento médico aceptado en estas úlceras consiste en fármacos similares a los utilizados en el tratamiento para la tuberculosis (TBC). En la mayoría de los países africanos los tratamientos para la TBC y la malaria están subvencionados por el gobierno. Desafortunadamente, debido a que Asha carecía del diagnóstico de TBC, no podía beneficiarse de dicha alternativa terapéutica. A pesar de nuestros esfuerzos en conseguirlo.

Hemos vuelto a casa y Asha sigue sin el tratamiento adecuado. Seguramente tampoco recibe más analgesia. La mayoría del personal sanitario del hospital, incluídos los médicos, no tienen la formación adecuada ni necesaria. Su infraestructura asistencial no implementa los mismos recursos que tenemos aquí, y está constatado que no han oído hablar de la oxicodona, por ilustrar un ejemplo. Finalmente, los fármacos son excesivamente caros y es más importante poder comer.


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