miércoles, 1 de abril de 2020


Los vulnerables en tiempos del coronavirus y cómo cuidarnos de la desesperación


Voy a empezar con una frase que me ha gustado mucho dentro de la vorágine de mensajes que hemos recibido todos estos días: “A nuestro abuelos les obligaron a ir a la guerra. A nosotros sólo nos piden que nos quedemos en casa”.

A nivel estatal, existen diferentes colectivos que por su propia vulnerabilidad vivirán estos días de confinamiento y miedo en peores condiciones que los demás: algunos mayores, muchos de los cuales viven en soledad; la comunidad gitana, con escasos recursos y viviendo en ocasiones en condiciones insalubres y de hacinamiento, por lo que será prácticamente imposible que mantengan las medidas recomendadas para una cuarentena; los migrantes que comparten pisos como si fueran pateras; las personas encerradas en los CIEs, compartiendo celdas y tensiones, privadas ya previamente de libertad; las presas en la misma situación; las mujeres que sufren violencia de género; los menores en riesgo, en centros de menores o los que son víctimas de abusos.

¿Quién cubrirá al poco personal sanitario que les atiende si en los centros sanitarios cada día es mayor el personal que se encuentra en cuarentena? Por poner ejemplos, en el CIE de Zona Franca ya han liberado a los internos: algunos tienen casas donde volver, otros no. Y se empieza a hacer lo mismo con el de Zapadores.

Se están llevando a cabo algunas de las medidas para atender a los colectivos más desfavorecidos. En algunos lugares empiezan a habilitarse espacios para la gente que vive en la calle. Quizás de forma tardía pero muy necesaria. Se han habilitado más líneas telefónicas para atender a mujeres que sufren violencia de género, pero hay que preguntarse, ¿cuando van a llamar si están 24h con su agresor en el mismo domicilio? Respecto a los menores en riesgo, es posible que al cancelar consultas no urgentes, se pierda la oportunidad de detectarlos, ya que los centros de salud a veces son la única brecha que se abre a esta terrible y urgente situación.

Después de leer todo esto, y ver las noticias a diario, es fácil desanimarse. “¡Hacen falta medidas económicas!” pensaréis. Por supuesto, y este es otro gran motivo de desaliento. Las consecuencias para el capital de este país (y del mundo) van a ser y están siendo ya catastróficas. 130.000 trabajadores habrán sido despedidos mediante ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo) en la misma semana. El 12% del PIB Español depende del turismo que se verá paralizado durante largo tiempo. Y son sólo algunos datos.

Muchas más familias de las que ya lo estaban van a encontrarse en situación de exclusión y con muchas dificultades económicas. Y ya hay quien critica que las medidas económicas aprobadas por el gobierno son muy insuficientes. Esto derivará en problemas de salud más allá del COVID-19.

No se puede dejar de lado, cómo se vivirá esta pandemia en otros países donde se parte de una situación social mucho más desfavorable. En países donde escasean las cosas más básicas, no hay modo de que tengamos forma de saber la incidencia real de este virus ni de que se protejan debidamente, cuando en España no contamos con suficiente ni, en ocasiones, adecuado material de protección. “Lavado de manos”, escucharán. ¿Con qué agua? En el país de la Teranga (Senegal) ya han cerrado las escuelas.

¿Y quién cuida al que cuida? Autocuidados sanitarios, por favor

Pero la batalla se vaticina larga y ardua, y aquí ninguno es de piedra. Estamos entrando en una medicina de guerra: Los servicios de cuidados intensivos son más estrictos con sus criterios de ingreso y puede provocarnos sentimientos negativos.

No es cuestión de repetir los consejos que a todas horas se están, y estamos, dando: desconectar del móvil y las noticias algunas horas, leer, ver series, aprovechar para hacer esas cosas que hace tiempo no hacíamos…

Una de las ventajas de ser sanitario en estos días es poder salir a trabajar y socializar con los equipos. La contraparte es que eso nos convierte en un colectivo ciertamente vulnerable a mayor estrés, sin olvidar el miedo al propio contagio o a contagiar a nuestros familiares en el domicilio.

Brevemente, algunas recomendaciones que pueden ser de ayuda:

  • Por mucho que en la tele no se cansen de decirlo, y esos aplausos nocturnos, que a pesar de todo, sí que reconfortan un poco el alma… no somos superhéroes. Somos personas trabajadoras, nos cansamos, nos equivocamos, tenemos malos días (y ahora con más razón).
  • No te exijas más de lo que puedes dar y respétate tus tiempos y tus espacios.
  • Escúchate, párate un segundo a analizar cómo te encuentras. Asume y acepta tus emociones, son necesarias.
  • ¿Quién cuida al que cuida? Muchos sanitarios además del agotador trabajo en el hospital o centro de salud (que ya de forma habitual supone sobrecarga física y mental), llegan a casa y tienen que atender a sus hijos o mayores. Si muchas veces nos falta comprensión por parte de nuestros familiares, tal vez ahora sean todavía más notable debido al miedo y las tensiones acumuladas que acarrea el confinamiento. Esto no lo justifica pero hay que entender en qué contexto nos movemos. Cuando sea posible debemos encontrar un momento de calma y compartir con ellos nuestras emociones. Si algo bueno nos puede traer el no salir de casa, es que tenemos tiempo para charlar, pero hay que intentar hacerlo con calma (aunque sea a través de una puerta o con la mascarilla puesta). Es posible que les frustre no vernos bien cuando llegamos a casa: Tenemos que explícales lo que estamos viviendo y cómo lo estamos sintiendo.
  • No debemos tener en cuenta malas palabras de algún compañero de trabajo. Cada persona vive la situación de una manera y quizá esté pasando por un momento complicado. Tal vez por no querer que un paciente note su tristeza o cansancio, lo acaba pagando con el de al lado. Debemos intentar ser comprensivos. Sería todo más fácil y agradable si mantuviésemos todos la calma, pero esta profesión nos enseña y nos recuerda que todos somos humanos.
  • Es normal el miedo al contagio. Para evitarlo debemos tomar todas las protecciones posibles y revisar los protocolos cuando sea necesario.





Mucha fuerza y mucha serenidad. Estos días debemos recordar más que nunca que elegimos una profesión bonita pero dura, y en nuestras manos está mejorar la calidad de vida de mucha gente. Es muy difícil ayudar en estos días de confinamiento a esas personas en riesgo de exclusión, por eso mismo debemos cuidarnos para que nuestro ingenio e inteligencia colectiva den con soluciones en tiempos de crisis. El futuro está por escribir.



Ana Rosa Álvarez Rubio
R2 de MFyC del Hospital Verge dels Lliris d’Alcoi