Una mañana soleada de domingo, paseando por Barcelona me llamó poderosamente la atención que las calles y parques estaban tomados por ancianos y personas dependientes acompañados por una mujer, mayoritariamente migrante, su cuidadora. Volví a observar el fenómeno en Madrid y Valencia. También en las salas de espera de los centros de salud.
Parece que en cualquier ciudad de España se puede contemplar este paisaje urbano animado por personas que perdieron su autonomía acompañadas por su correspondiente mujer migrante, unas más alegres, otras en silencio, circunspectas, con mirada perdida en el horizonte que, de forma serena, prudente, cariñosa y abnegada cuidan de ellos.
Mi mirada era especialmente sensible para verlo al estar sumida en la intensa experiencia vital de cuidar a mis padres, ya mayores y dependientes. Me suscitó muchos pensamientos y reflexiones sobre el valor, la vida y los sentimientos de estas mujeres, así como de la importancia de la labor que desarrollan y sentí la necesidad de compartirlo y de ofrecerles un agradecimiento público.
Hemos delegado el cuidado de nuestros seres más queridos cuando dejan de ser autónomos a mujeres migrantes que, de forma silenciosa y poco visible, nos sustituyen con su esfuerzo, renuncias y cariño.
La incidencia de este fenómeno no está bien cuantificada, ya sea porque no es un tema que despierte gran interés o porque gran cantidad de ellas está de manera irregular, no encontrándose datos oficiales recientes. Sin embargo, el problema de la población dependiente a cuidar es una cuestión relevante. Hay estimaciones de que en 2020 habrá en España un millón y medio de personas dependientes y tres millones y medio con alguna discapacidad. Según registros del INE de 2008 a nivel estatal sobre “ Población con discapacidad según la nacionalidad y sexo del cuidador” habían 2 millones (378.000 hombres 1.198.000 mujeres), siendo 69% españoles y 31% migrantes (90% mujeres). Se aportan cifras de que alrededor de tres millones de personas dependientes vivían en un 23% de los hogares (registros de 1991 del INE) . Según un informe que se presentó en un Congreso de la Sociedad Española de Gerontología en 2007, habían 200.000 cuidadores migrantes, estimándose que extraoficialmente podían suponer el 90% de los cuidadores contratados en ese momento.
El trabajo de cuidadora supone una producción de bienes públicos, un incremento del capital y rentabilidad social que, subsecuentemente genera confianza y que está ocupando un nicho que se ha dejado vacío institucional y socialmente.
Según datos del IMSERSO de 2005, son mujeres que mayoritariamente llegaron en los años noventa (tan sólo un 8% llegaron antes y ha disminuido notablemente las que han venido después de la crisis que comenzó en 2007), entre 30 y 39 años, soltera, sin hijos, un 35% son madres y dejaron a sus hijos en el país de origen. Un 33% del total son iberoamericanas, especialmente ecuatorianas y colombianas. Más de la mitad tienen permiso de residencia. Un 30% tienen estudios superiores, un 23% tiene alguna titulación de cursos de cualificación profesional realizado en España, contratadas fundamentalmente por el boca a boca entre familiares y amigos, siendo una oportunidad de inserción laboral y de salir de los países de origen buscando una vida mejor o para sacar adelante al resto de la familia. Al 76% se les exigen grandes responsabilidades, destrezas y valoración certera de la situación de las personas cuidadas, pero sólo la mitad de los cuidadores tienen formación para ello. Se estima que el personal sanitario dedica un 12% del tiempo de atención, mientras que los cuidadores lo hacen el 88% del tiempo restante.
Diversos estudios indican una multicausalidad de motivaciones y objetivos que dan sentido a su proyecto migratorio tales como necesidades económicas, mejores oportunidades para los hijos, dificultades para continuar con sus estudios en los países de origen, precedente de madres que emigraron, búsqueda de independencia personal, familiar o social, adquirir bienes. El trabajo como cuidadora lo valoran como una buena salida puesto que les puede proporcionar trabajo, vivienda, alimentación, calefacción y regularización migratoria. Pero lo que a corto plazo se percibe por las mujeres migrantes como una oportunidad de regularización jurídica, se convierte a medio plazo en una fuente de vulneración de derechos. Quedan atrapadas en la base de la pirámide económica al moverse únicamente en el circuito de cuidadoras situándose en lo que se ha dado en llamar el “gueto de terciopelo”, definido por trabajo feminizado, para migrantes, precario, con reducción salarial, empeoramiento de condiciones laborales e imposibilidad de ascender o salir de ahí
Se insertan laboralmente en trabajos precarios y devaluados socialmente. El trabajo doméstico se ha convertido en un nicho ocupacional para la inmigración, dando lugar a procesos de estigmatización y segregación laboral.
Tradicionalmente el cuidado de ancianos y personas dependientes lo asumían las mujeres de la familia antes de que la crisis del sistema informal de cuidados se desmoronase en España.
El cuidado informal se modula por cuestiones de género, generación y culturales. Según estudio realizado en la Universidad de Huelva por Rodriguez et la en 2006 el 94% de los cuidadores informales son mujeres al igual que en el ámbito internacional. Se evidencia una feminización de las migraciones en función del acceso a este trabajo. En España cada vez hay mayor dificultad para conciliar el rol de cuidadora con otros roles sociales, produciéndose la conocida como “crisis del cuidador” y la “fuga de cuidados” al disminuir de forma progresiva el recurso informal de cuidadora.
Actualmente las mujeres migrantes son un gran recurso que soporta una importante carga social, pese a lo cual son, a menudo, víctimas de la invisibilidad y discriminación social.
Hay estudios y autores como Lieberman et al que describen que las mujeres migrantes latinoamericanas que trabajan como cuidadoras tienen precarias condiciones laborales y de vida. Muchas, lo hacen en situación irregular, sin contrato, como internas y con múltiples tareas,
Su trabajo supone una sobrecarga física (al administrar cuidados corporales y fisiológicos) y psicológica por la relación afectivo-relacional que establecen con la persona cuidada, con la que intercambian afectos y cariño, algo que puede pasar desapercibido, ocasionándoles a veces, frustración. Así pues son proclives a padecer trastornos físicos, tener pobre salud mental, dificultades para seguir sus procesos patológicos y acceder a los sistemas formales de salud, como expresión de la marginalidad a la que se les somete en los países receptores.
Todo ello son determinantes sociales que implican peor calidad de vida y riesgo para su salud.
Vayan estas líneas para dar visibilidad a estas mujeres y un reconocimiento dirigido a su atención, puesto que es un colectivo con un alto perfil de vulnerabilidad, ya que a la situación de ser migrantes se unen las ligadas a la racial, de género, la irregularidad de residencia, el romper con sus raíces, la separación de sus familias y el aislamiento social.
Autores como Andreu Bover lanza la pregunta de en qué medida el mantenimiento de los cuidados de salud de nuestra población dependiente no asumidos ni social ni institucionalmente están siendo costeados por la salud de estas mujeres migrantes que trabajan y viven en condiciones potencialmente precarias. Plantea, además, que pueda tener una repercusión negativa sobre la salud de las personas dependientes y sus familias a las que ellas atienden, dado que supone una aportación relevante para la salud y bienestar de la población general.
El tenerlo en consideración podría servir para orientar políticas sociosanitarias dirigidas a la prevención y promoción de la salud de este colectivo y diseñar estrategias de intervención adaptadas y que se acerquen a la compresión del papel de las mujeres migrantes que se dedican al cuidado de los demás.
Adquiere importancia que los profesionales sanitarios sepan interpretar en el ámbito de la atención sanitaria elementos culturales, mitos, religión, tabúes, costumbres que inciden en el proceso de salud-enfermedad, se formen en la atención a la diversidad y desarrollen estrategias para controlar los conflictos entre las creencias culturales y las demandas de sus circunstancias individuales, considerando que la actividad laboral del cuidado induce un riesgo para la salud física y mental puesto que se establecen vivencias emocionales y vínculos relacionales intensos.
Mujer emigrante
viajera de sueños,
mochilita al hombro
cruzando fronteras.
En tus ojos llevas
un mundo de estrellas,
dulces esperanzas
inocente viajera.
¡Ay mujer provinciana!
¿En qué calles quedaste?
Tu inocencia violada,
sin lágrimas, sin nada.
¿Por qué calles deambulan
tus sueños y anhelos?
La ilusión que traías
apagada en tu carne.
¡Ay mujer inmigrante!
Abandonaste tu pueblo,
por el país más grande,
y en sus calles quedaste
sin alma y sin consuelo.
Eres la lágrima olvidada
entre las ruinas del avance.
Poema de Marianela Puebla
Gloria Rabaneque
Médica de Familia. Consultorio Auxiliar de Navajas, Castellón.
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