La AECID es la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo. Está adscrita al
Ministerio de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación y tiene como
objetivo la lucha contra la pobreza y el fomento del desarrollo humano
sostenible. Para ello sigue las directrices del V Plan Director de la Cooperación
Española, trabajando para intentar cumplir los 17 Objetivos de Desarrollo
Sostenible.
La Acción Humanitaria
de la AECID ha participado en la respuesta de emergencia ante catástrofes
naturales durante los últimos 25 años, así como respondiendo a las necesidades
humanitarias surgidas de conflictos bélicos en Oriente Medio y África
Subsahariana, o a las surgidas por los efectos del cambio climático,
especialmente en el Sahel, y a las llamadas crisis crónicas y olvidadas, como
la de la población saharaui en Tinduf, la de la población palestina o las
poblaciones desplazadas de Colombia o norte de Centroamérica.
Proyecto START:
Para contribuir a la mejora y la eficacia de la respuesta de la
Acción Humanitaria española en emergencias, la Oficina de Acción Humanitaria
(OAH) creó el proyecto START (siglas en inglés de Spanish Technical Aid
Response Team)
cuya puesta en marcha lideró AECID en 2016. Es un equipo
mayoritariamente sanitario, diseñado para desplegarse en menos de 72 horas y
cuya misión es actuar en toda emergencia humanitaria en que la Cooperación
Española decida intervenir, montando un hospital de campaña clasificado por la
OMS como EMT2 (ver punto 5 de bibliografía). El Equipo incluye, además de
médicos y enfermeros del Sistema Nacional de Salud, otros sanitarios,
ingenieros, expertos en agua y saneamiento, logistas o técnicos en electricidad
y electrónica, entre otros.
Los profesionales del Sistema Nacional de Salud pueden solicitar a
través de la sede electrónica del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e
Igualdad, formar parte del Equipo START. Las convocatorias para formar parte de
este equipo se producen por acuerdo del MSSSI y AECID, previo informe de la
Comisión de Seguimiento y Valoración, excluyéndose las zonas de conflicto
bélico. Se requiere un mínimo de tres años de experiencia en el puesto que
solicita y conocimiento medio de inglés o francés (para puestos con categoría
A1y A2, aunque este requisito no es necesario para grupos C1 y C2).
Se montan equipos que trabajan en el terreno unas 2-3 semanas;
tras este período, el personal es relevado por el siguiente, hasta finalizar el
proyecto acordado.
Respecto a las retribuciones del personal del equipo
START, es la comunidad autónoma del Servicio de Salud donde están
prestando los servicios, la que regulará o concretará las condiciones y el
procedimiento de la concesión del permiso para participar en emergencias
humanitarias al personal estatutario, de acuerdo con lo previsto en el artículo
61.4 de la Ley 55/2003, de 16 de diciembre, y es la AECID la que se hará cargo
de los seguros, gastos de transporte y alojamiento.
En el caso de nuestra comunidad,
se conceden permisos de hasta seis meses al año y la retribución consiste en el
70% el primer mes, el 50% el segundo y tercer mes y, el resto, será no
retribuido. Esto va dirigido tanto a personal fijo como temporal (incluido
residentes en período de formación), que lleven en el desempeño de su puesto (en
materia de sanidad) más de un año. Sería conveniente que se plantease un cambio
normativo que permitiese a los cooperantes de AECID, que son trabajadores de la
administración pública, el cobro íntegro de sus retribuciones durante su
desplazamiento en misiones de cooperación.
Os recomiendo que le echéis un vistazo al siguiente
vídeo, muy cortito y donde explica muy bien este proyecto START: https://www.youtube.com/watch?v=X6fmkkdCYts&feature=youtu.be
Era
un 23 de marzo cuando recibí la siguiente convocatoria: “ha sido seleccionado
para asistir a la movilización “Ciclón Idai Mozambique, con fecha de inicio el
23/03/2019”.
De
esta manera se activó el EMTII español
para atender a los damnificados del ciclón Idai y en 24 horas tuve que tomar la
decisión de aceptar o no mi participación en esta misión. Por supuesto en
ningún momento dudé en formar parte de ella, sólo me quedaba arreglar todos los
papeles relacionados con mi trabajo e iniciar este nuevo reto.
Así
comencé mi viaje hacia Mozambique, país que se encuentra entre los más pobres
del planeta. El índice de VIH es el cuarto más alto del mundo; 1 de cada 5
niños no accede a la educación, ya que no es gratuita ni obligatoria y esto se
reagudiza en el caso de las niñas. Una guerra civil de 1977 a 1992 y las
inundaciones que sufrió en el año 2000 no han hecho más que empeorar el
desarrollo del país. A todo ello hay que sumarle el deterioro de la gente
campesina, desplazada de sus tierras por el descubrimiento de enormes
yacimientos de gas y crudo que, aunque por una parte se ve como una solución
para la economía del país, por otra no deja de aumentar las desigualdades entre
ricos y pobres. Con todas estas características y con una esperanza de vida de
50 años, la mayoría de la gente de este país, no intenta más que sobrevivir día
a día.
Llegué
a Mozambique de noche. Nunca me ha gustado aterrizar en los países a los que
viajo cuando ya no hay luz solar, porque no me ayuda a ubicarme pero, la
verdad, tal vez en esta ocasión fue mejor para no ver en ese momento la
desolación que presentaban las poblaciones y carreteras por las que íbamos
pasando.
Así,
a las 23 horas del 12 de abril del 2019,
llegamos a Dondo, nuestro destino final, en donde se encontraba el hospital que
mis compañeros de la primera rotación habían levantado de la nada; un hospital
dotado de quirófano, hospitalización, servicio de radiodiagnóstico, laboratorio, farmacia, esterilización, aseos,
duchas… me pareció increíble cómo se podía levantar todo aquello en un lugar
donde anteriormente sólo había un solar, pero allí estaba: el hospital
esperándome y yo, con una gran ilusión, muchas ganas de trabajar y de vivir esa
nueva experiencia.
Empezamos
nuestro trabajo a la 6´30 de la mañana siguiente y tras el briefing introductorio, iniciamos
nuestra labor. Yo me encargaba del área
de hospitalización, y así empecé lo que iba a ser un “no parar” durante los
siguientes 21 días. Trabajábamos duro bajo las tiendas de campaña y con las
altas temperaturas que no nos permitían realizar turnos de más de 4 horas
seguidas, por lo que rotábamos varias veces a lo largo del día y de la noche.
El
segundo día de iniciar mi trabajo, tuve que desplazarme a Beira, ciudad cercana
a Dondo y en donde se encuentra el
hospital que da cobertura a la mayoría de la población de los alrededores.
Tenía que trasladar a un niño a este hospital en “ambulancia” (si así se le puede llamar a una
furgoneta sucia, vieja, con un colchón en el suelo por camilla y a la que según
su conductor, le fallaban los frenos). Era de día y fue entonces cuando pude
comprobar todos los daños causados por el Ciclón Idai en este área, una de las
más afectadas: árboles arrancados de raíz, postes de la luz caídos, un sinfín
de casas destrozadas y grandes campos de desplazados por el Ciclón con el
logotipo de Acnur y Unicef. Fue ese día cuando me di cuenta del verdadero
destrozo que había dejado a su paso este ciclón, lo cual me llamó mucho la atención,
porque contrastaba con la actitud de toda la gente local con la que
trabajábamos en nuestro equipo y con la de los propios pacientes, todos ellos
con un gran espíritu de lucha y con muchas ganas de superar aquella situación; mi percepción era la de
pensar que era casi como si nada hubiera pasado para ellos, había que mirar
hacia adelante y no hacia atrás, había que seguir luchando para poder
sobrevivir y esta lucha casi no les permitía pararse a pensar ni a sentir el
dolor de haberlo perdido todo, en
algunos casos no solo los pocos bienes materiales sino también a sus seres
queridos. Una vez más, yo pensaba en lo injusto que es este mundo; estaba
segura de que si eso me hubiese ocurrido
a mí, seguramente estaría hundida en la más profunda desolación, no tendría
fuerzas para seguir luchando y creía que ellos tenían derecho a sentir y sobre
todo a poder manifestar y vivir su duelo y su tristeza.
Impacta,
sobre todo, el conocer a las personas, sus vivencias, sus duras experiencias.
Como Anita que, tras perderlo todo con el paso del ciclón, su tienda fue
quemada en una pelea en el campo de desplazados. Ella estaba dentro con sus dos
hijos, uno de ellos nos lo trajeron al hospital pero nada pudimos hacer por él,
murió esa misma noche; su otro hijo sufrió quemaduras de segundo grado y Anita
estuvo ingresada casi todo el tiempo que duró nuestro desplazamiento para poder
recuperarse de su quemaduras; cuando le dimos el alta, nos despidió con una
enorme sonrisa.
O
Naya, que llegó a las 4 de la madrugada. Venía en los brazos de un sanitario acompañada
de su madre; murió 1 hora después, tenía neumonía y VIH positivo. Doce años y
toda una vida por delante si no hubiera tenido la “mala suerte” de nacer en ese
país, porque al final, de eso se trata,
nacer en un sitio de nuestro planeta o en otro; esto marca la diferencia.
Podría
seguir enumerando gran cantidad de historias personales, historias de vidas que
vi pasar y que dejaron huella en mi mente, que
marcaron fuertemente mi vivencia allí y que me hicieron reflexionar una vez más sobre la injusticia y
la desigualdad de la sociedad y la poca implicación de los gobiernos y de la
población en general.
Cuando
llegó el final de nuestra misión tras 21 días trabajando, tuvimos que recoger
el hospital que tanto había costado montar. Las cajas se apilaban unas tras
otras y en donde antes se alzaba un hospital
completo de campaña, ahora sólo quedaba un enorme terreno vacío, sin
nada. Creo que fue el peor momento de toda mi vivencia allí, irnos y dejar a
aquella gente desamparada, fue un duro momento para mí y también para todos mis
compañeros.
Pero,
como siempre me ocurre cuando pienso en lo mucho que queda por hacer o en lo
insignificante que es nuestro trabajo comparado con las necesidades de estos
países, recuerdo las caras o el nombre de
todas estas personas que han pasado por mi vida en estos años de trabajo
en la cooperación, así sé que allí quedan Anita, la madre de Naya (a la que
dimos consuelo tras la muerte de su hija) o todas las madres a las que ayudamos
a traer al mundo a sus hijos con una cesárea. No todo salió perfecto ni todas
las historias tuvieron un final feliz, pero por mi parte, cuanto más tiempo
llevo trabajando en estos países, más sentido le veo a todo lo que hacemos y
más convencida estoy de que como dijo Eduardo Galeano: “Mucha gente pequeña, en
lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.
Maqueta del
proyecto START (Spanish Technical Aid Response Team).
Bibliografía:
Laura Alcón. Médica de Familia.
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